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Demostración práctica: Ejemplo 1º

DEMOSTRACIÓN PRÁCTICA.  

Ejemplo 1º. Entrevista

DEMOSTRACIÓN PRÁCTICA.

Ejemplo 1º. Relato

CRUCE DE CIVILIZACIONES

Para Caso 1º

Por Bernardo Ortín

Negiroba era una niña fuerte y veloz. Tenía once años cuando llegaron a su aldea los visitantes. Desde que tiene memoria recuerda que siempre obtenía satisfacción corriendo, saltando y trepando a los árboles. Se había criado en la zona de las cascadas de agua de su aldea. Sus mayores pensaban que no había que apartar a los niños del peligro de la catarata sino familiarizarlos con ella, así que ella junto a los demás habían crecido en ese escenario.

Pertenecía a la estirpe Yoruba, original de Nigeria. Tribu que se había expandido hacía muchos años al Caribe constituyéndose en una cultura ancestral de la isla de Cuba. Pero Negiroba era nativa de África, aunque ella no era consciente de eso, ni le producía un orgullo especial, amaba esa tierra simplemente, por la costumbre que tenía de habitarla y porque su mente estaba poblada de sus imágenes y olores.

Su fusión con la naturaleza era íntima. Quiere esto decir que se sentía parte de ella sin ninguna frontera o distinción entre la conciencia sobre sí misma y sobre la selva en la que vivía.

Negiroba era un ejemplo de que la existencia humana es un medio para que la vida se manifieste a través de ella en toda su amplitud.

Para ella, el tiempo no existía como sistema de medida, estaba inmersa en el flujo de la vida sin necesidad de utilizar el reloj. No se iba a dormir, o se despertaba porque era la hora para hacerlo, simplemente lo hacía formando parte de un metabolismo general de la tierra que la encuadraba y la llenaba de energía.

Algo parecido le ocurría con su salud. No seguía pautas de nutrición o de movimiento físico para estar bien. Simplemente se nutría y se movía dentro del patrón para el que estaba diseñada. Su cuerpo era felino, veloz y resistente. Disponía de la destreza para implicar solo los músculos que necesitaba para realizar cualquier acción. Nada de acumulación tensa y mental en el movimiento.

Hacía pocas semanas que la tribu le había celebrado la fiesta de bienvenida al grupo de los adultos. Ella estaba muy contenta porque eso quería decir que contaban con ella para el desempeño de cualquier tarea que la comunidad necesitara para subsistir.

Era la pequeña de cinco hermanos que la cuidaban y la protegían. Tenía cierta timidez, pero de las que aportan profundidad de pensamiento, no de vergüenza. No hablaba si no tenía nada que decir. No se exhibía, pero tampoco se escondía. Si le preguntaban respondía y siempre conectada con lo que sentía y pensaba. No hacía discursos diplomáticos de relleno.

Desde que los visitantes llegaran la aldea de Negiroba, la vida había cambiado sustancialmente. Vinieron por el mar y los aldeanos que los vieron entrar con sus barcazas cuentan que no comprendían lo que estaba ocurriendo en esos momentos. Jamás habían visto semejantes naves, ni seres ataviados como los que fueron desembarcando hasta tomar tierra. Ocuparon la aldea de repente, con una quietud amenazante. Pronto empezaron a implantar otras costumbres. Priorizaban el trabajo sobre el descanso y el disfrute, se divertían de otro modo, se reían a destiempo, organizaban sus actividades de un modo más estructurado, movían su musculatura de un modo pautado, no integrado en su vida cotidiana, lo llamaban entrenamiento, y, sobre todo, no comían comida, sino cosas irreconocibles que les traían fabricadas para comer desde tierras lejanas y desconocidas.

Los visitantes introdujeron el reloj civilizado contra la percepción del tiempo indígena. De repente, la hora la marcaba el artefacto y no la evolución del sol. Se les notaba que se consideraban mejores que los aldeanos, también pensaban que la tierra de la que venían era superior. Cosa extraña porque si creían eso ¿por qué habían abandonado su hábitat para vivir en una aldea supuestamente inferior?

Con el paso de los años la tribu fue influida por este nuevo estilo de vida. No se puede decir que los visitantes fueran autoritarios, pero sí que iban envolviendo la existencia con nuevas costumbres que no siempre venían a mejorar las cosas.

Negiroba creció y se convirtió en una mujer joven y atenta a los estímulos que le ofrecía su entorno y, aunque mantenía una fuerte memoria corporal de su cultura ancestral, progresivamente se iba iniciando en el nuevo estilo de vida. En ocasiones comía como ellos, empezó a sujetarse a horarios, a emplear criterios de productividad y en vez de vivir la vida tal y como la experimentaba, aprendió a pensar cotidianamente como los visitantes, es decir, en tres tiempos simultáneos: el presente, el pasado y el futuro. Y lo cierto es que sentía cierta angustia por la contradicción entre ambas culturas.

Elara era su tesoro, su pequeña de cuatro años que constituía su centro de atención. Cuando la niña nació cambió la vida de sus padres. Negiroba tenía también al mejor compañero de viaje: Oleam, padre de la niña y que provenía de la noble estirpe yoruba. Ambos cuidaban de la pequeña con todo su amor.

Desde que la niña empezó a caminar se integró con el grupo de su edad y jugaban sin descanso en los alrededores de la aldea. Los niños no distinguen entre clases, así que todos se mezclaban con absoluta normalidad. Hijos de la tribu con niños de los visitantes creaban fuertes lazos de amistad participando en los mismos juegos.

Una tarde de finales del verano, Negiroba estaba sentada bajo la sombra de un gran árbol desde el que veía jugar a su hija con los demás niños. Avanzaba la tarde y sin darse cuenta se apagó un poco, como el sol. Al adormilarse tuvo una ensoñación en la que pudo ver la vida de su hija en el futuro. En el sueño, Elara era una adolescente que compartía su tiempo con otros jóvenes que eran hijos de aldeanos y visitantes. Sus modos y costumbres eran síntesis de ambas culturas y se conducían con naturalidad. Habían inventado una forma integrada y nueva de vivir. Negiroba se dio cuenta de esto y lo comprendió como se entienden las cosas en los sueños.

Al despertar, tuvo un pensamiento lúcido. Se dio cuenta de que la pugna entre sus dos formas de vivir, buscaba una nueva síntesis que quería ofrecer a su hija.

Tomó conciencia de que su sufrimiento por ser desleal a su modo ancestral de vivir contenía la fuerza del legado que quería ofrecer a Elara de su cultura Yoruba.

Y, por otra parte, lo que consideraba flaquezas ante la tentación de vivir como proponía la cultura de los visitantes no eran más que intentos de tolerancia para que su hija viera normalidad en el mundo que ella vivía.

Desde entonces no percibió la tentación como flaqueza sino como respeto a una parte de la cultura de un mundo que habitaría su hija. A partir de ese momento, se propuso aceptar ambas pulsiones, cuando quería comer y vivir según su tradición y cuando sentía que debía hacerlo como le enseñaron los visitantes lo aceptaba como parte de su cultura. Para ella, lo esencial no era seguir un programa de nutrición o ejercicio, sino sentir que orientaba su vida con salud de modo estable y prolongado en el tiempo.

A partir de aquí percibió la sensación de frustración por inconstancia como un modo de recordar que tenía que tener en cuenta todos los estímulos que le da la vida y que lo importante es modularlos. En algún texto de medicina clásica romana había leído que el veneno no es la sustancia, sino la dosis.

Esta convicción la condujo a construir una nueva síntesis de la existencia que quería ofrecerle a su niña, porque como dijo el poeta: Los hijos vivirán en un mundo que los padres no podrán visitar ni en sueños.

Desde entonces, decidió que cuando coma lo que considera inadecuado se lo tolerará con gusto y lo disfrutará porque así le dará una imagen del mundo a su hija, más completa.

En L´Eliana a dos de agosto de 2019

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